Caía la tarde junto con la lluvia y todos estábamos arremolinados en un lobby de hostal. Diferentes idiomas se entremezclaban con el inglés y, aunque estaba de visita en el caribe mexicano, el inglés imperaba, como en toda esa hermosa zona de nuestro vapuleado país.
El aire acondicionado no fue una excusa para quitarnos las ropas unos frente a otros. Yo sentí algo de pena, los europeos tiene un cuerpo fascinante, esbelto, esculpido por los mismísimos dioses del Olimpo, pero la vergüenza no era un elemento relevante aquella tarde.
“¡Carajo, fue una pena no seguir en la playa junto a las cervezas!”, alcancé a escuchar que alguien decía, en un mal inglés con acento francés.
“Pero, ¿qué dices?, aquí están esas cervezas”, espetó otro chico con voz muy gutural. Cejas sumamente pobladas cubrían sus enormes ojos aceitunados, mientras que unos boxers cortos, muy cortos, denotaban que el joven, de mirada coqueta, hacía ejercicio con frecuencia.
Piernas muy marcadas y firmes que bien podía usar de mesa de desayuno. Mientras pensaba en ello. Él se percató que lo admiraba y más se contoneó.
¡Cristo! Suspiré en mi interior mientras le daba un largo sorbo a mi cerveza, una Negra Modelo tan fría como el hielo del Ártico.
Riendo y sin mucho más que hacer, los chicos me invitaron a su habitación, a seguir “la peda” en la cocina.
Así entonces, Pawel, Denni y Mika se convirtieron en mis roomies.
Como el staff del hostal (de diferentes nacionalidades) nos dijo que cocináramos lo que quisiéramos, pues comenzamos a preparar una rica comida.
Mika y Pawel, polacos ellos, cocinaron unas papas al horno, gratinadas en queso y especies, un manjar. Yo hice unos bistecs a la mexicana con poco chile verde, por aquello de “la novatada mexicana”, conocida por algunos como “La venganza de Moctezuma” y Denni, canadiense él, trajo 24 cervezas del Oxxo.
Y todos a la mesa compartimos los alimentos.
Ya en la sobremesa, cada uno de ellos mencionaba el tiempo que pasarían aquí, sus planes de viaje por México y cómo vivían la vida en nuestro territorio. Yo, acalorada y mirando con insistencia al polaco, me senté junto a él.
Lo tomaba del antebrazo y le ofrecía bocanadas de cigarro de mi mano. En una de ellas, al acercarse a inhalar graciosamente, le alejé el cigarro y le planté un beso largo y deseable en la boca.
Lo tomé de la mano y lo llevé a la habitación. Las literas y su metro ochenta y seis de estatura no compaginaban, pero anda me haría perder el objetivo de hacerlo mío.
Lo senté al borde de la cama, haciendo lo mismo pero sobre sus piernas largas y fuertes. Su cabeza pegaba con la base de la litera de arriba, pero no nos importó en lo más mínimo.
“Por el amor de Dios”, pensaba mientras su miembro despertaba con brutalidad sobre sus bermudas. “Méteme la mano” deseaba yo, pero, curiosamente, él estaba más absorto en mi boca, tocando mi cuerpo con calma, imaginando todo lo que tocaba con sus ojos verdes, entrecerrados.
“Tócame”, seguía pensando, pero él sólo se limitaba a mis besos, con sus manos acariciando mi espalda.
“No, no puedo seguir esperando”, pensé en mi mente mientras metía mi mano derecha bajo sus bermudas.
¡Guau! ¡Qué verga más grande! Desmontándome de sus piernas, me hinqué a sus pies y lo desnudé. Su vientre plano, con un pecho asombroso, 23 años estudiantiles, marcados meticulosamente por horas de gimnasio. “Estoy asombrada con tanta perfección”, dibujé en mi cabeza antes de clavar su enorme falo en mi boca sedienta.
¡Agg! Beber, ¡quiero beber más! Con succiones contundentes, le engrosaba “la polla” como dicen los españoles. Toda esa perfecta virilidad, blanca y enraizada. Como en una devota plegaria, alcé los ojos para mirarlo de frente, mientras mi boca y garganta se alimentaban de su miembro.
Pawel, tocando mi rostro, complacido y sonriente, me detiene un momento, sacó de uno de sus bolsillos un cuadrito plateado, lo rompió y colocó el condón sobre la cúpula de esta bendita catedral, que era su gran pene.
Me paré y, sosteniéndolo con mi manita, lo agarré por la punta y me lo clavé en lo más profundo de mis pliegues. ¡Ahhh! Ahí comenzó a sonar una dulce melodía en mi cerebro, de la que me dejé arrastrar por sus rítmicos compases. Pawel succionaba mis erectos pezones, en tanto yo me estacaba con su espada.
No lo noté en primera instancia, tan caliente como me encontraba, pero el canadiense comenzó a besar mi cuello.
Un resorte interno me impulsó la cabeza hacia atrás, para preguntarle con un asomo de grito: “What are you doing? (¿qué estás haciendo?)”, exclamé.
Estoy claramente sorprendida y algo asustada, pero Pawel no dice nada. De hecho, hasta me sonrió mientras las manos de Denni tocaban mis endurecidas tetas.
Con fuerza, Denni me tomó de la cintura, sacándome del pene del polaco, sólo para sentarse junto a él y ensartarme en el suyo, enfundado, eso sí, en un largo preservativo.
Esto es una locura. Pero con una absurda y abrumante seguridad, me siento serena y disfrutando de estar con ellos. Mi nuevo receptor de placer me ha colocado de espaldas a él y, clavada en su cadera, me movía de una forma perfecta al ritmo de mis nalgas, o “nalgotas”, dirían algunos de mis fans.
Recostándose sobre la diminuta cama, el rubio de ojos azules manejaba hábilmente el movimiento de mi cadera, mientras que el polaco me seguía besando con frenesí, lo dicho, le gustaba más mi boca que toda yo, pero eso, en aquel momento, era lo que menos me importaba.
¿Por qué? Pues porque Pawel se abalanzó sobre mí. Abriendo más mis piernas, deslizó su boa constrictor por el pequeño agujero de mi vagina, el que dejaba libre la verga del canadiense.
¡2 penes en mi centro de placer, Dios mío!
Quise gritar, quise rezar, quise hacer muchas cosas, pero lo único que alcancé a decir, con mi mente completamente embotada por el delirio carnal, fue: “¡Ahhh, ahhh, ahhh!”. Yes, yes! Go ahead guys! (Algo así como “adelante, chicos”).
Mis grupos se apagaron por el dulce dolor del amor al sexo. Mi cuerpo podría hablar cualquier idioma humano, pero ellos sabían perfectamente lo que comunicaba.
¡Aah! Sí, me encanta esto….!!! Les grité.
Besándome con pasión, mi dulce polaco apenas y se lograba equilibrar, sosteniéndose de la base la cama que estaba sobre nosotros. ¡Carajo! Me está dando tan duro este hombre tan hermoso. ¡Me encanta!
En medio de dos grandes culturas, mi cuerpo se sentía diplomático, tan seguro y habitual. ¡Ajjjjj!
Yo me venía a chorros cuando sentó unos cabellos haciendo cosquillas en mis manos. ¡No mames! ¿Con los tres?
Ya mi enfebrecido cerebro hacía planes, pero…
Cuando volteé, era Mika quien besaba con frenesí a Denni. ¡Guau!
Cuando nos percatamos de eso Pawel y yo, decidimos ser solo él y yo, cediéndole mi lugar a Mika.
Un cuerpo delgado y estilizado de senos pequeñitos, se perforó por el ano con la verga de Denni, quedando perfectamente unidos a través de un abrazo salvaje.
Como si ellos no estuvieran ahí, yo seguía ensartada sobre Pawel, hasta que casi me desvanecí, mientras “su riata” explotaba dentro del condón.
Nos desplomamos de un solo golpe sobre el caliente piso tibio de ese cuarto de hostal.
Exhaustos, con el sudor escurriendo por nuestras espaldas y los pechos agitados, me deje vencer sobre el plexo solar de este muchacho de fuerte bronceado.
¡Dios! ¿Qué hicimos? Ooooh. ¿Por qué así? ¡Ay! Ja, ja, ja. ¡Me vale! ¡Qué rico! Me eché a reír como loca y los demás, sin comprender a bien de qué me carcajeaba, también se unieron al cómico momento.
¡Salud! Santé! Okrzyki!, ja, ja, ja, ja.
Me encanta este intercambio cultural. Sí, de aquí soy.
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